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Artículo

Mitos alimentarios y pérdida de peso: un campo fértil para la desinformación

La influencia de los mitos en la alimentación
Ferran Vila, dietista nutricionista

Ferran Vila Pérez

Dietista nutricionista experto en TCA. Coordinador del equipo de dietética y nutrición
Ita
Chica dudando entre comer hamburguesa o manzana.

Resumen

El texto aborda cómo la alimentación está afectada por mitos productos de influencias históricas, culturales y mediáticas, que han demonizado de forma sucesiva distintos macronutrientes, como las grasas, el azúcar y las proteínas. Los mitos alimentarios, que carecen de base científica y a menudo surgen de interpretaciones erróneas o reduccionistas, persisten pese a su impacto negativo en los hábitos y la ansiedad alimentaria. Se subraya la importancia de desmontar estas falsas creencias y fomentar una visión equilibrada que no se centre exclusivamente en el peso, sino en el bienestar general. Es vital abogar por la nutrición basada en evidencia y la orientación de profesionales sanitarios para superar la desinformación y promover una relación saludable con la comida.
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La manera en que nos alimentamos ha sido moldeada por una compleja red de influencias culturales, sociales, económicas y religiosas a lo largo de la historia. Desde el folclore y las creencias espirituales hasta las políticas alimentarias y las modas contemporáneas, nuestra relación con la comida trasciende la mera necesidad fisiológica. En la actualidad, los medios de comunicación —tanto tradicionales como digitales— desempeñan un papel clave en la construcción y difusión de hábitos alimentarios, actuando como catalizadores de nuevas tendencias y reforzando narrativas que muchas veces se integran en el imaginario colectivo sin un análisis crítico previo.

Recientes aportes añaden una perspectiva histórica sobre cómo, durante décadas, todas las grasas dietéticas fueron consideradas el principal enemigo de la salud cardiovascular. Esta percepción se consolidó con la hipótesis lipídica impulsada por Ancel Keys en 1961. Estudios como el de Framingham (Framingham, 2014) o el Estudio de los Siete Países vincularon el consumo de grasas con enfermedades cardiovasculares, lo que derivó en la promoción de dietas bajas en grasa en los años 70 y 80, y en el auge de productos «light». (Montani, J.P., 2021)

El foco se ha desplazado ahora hacia las proteínas, presentadas como la solución ideal para perder peso de forma rápida y «limpia». Sin embargo, su consumo excesivo, especialmente de origen animal, puede comprometer la salud cardiovascular, renal y digestiva.

No fue hasta el 2014 que la propia revista Time rectificó y reconoció que demonizar todas las grasas alimentarias había sido un error. Sin embargo, cambiar la percepción social sobre un nutriente que durante décadas fue considerado perjudicial no es tarea fácil. Y entonces surgió una pregunta inevitable: si las grasas no son las responsables exclusivas de las enfermedades cardiovasculares y de la obesidad, ¿quién lo es?

La respuesta no tardó en llegar; la población confundida rápidamente fue capitalizada por la industria y los medios, que señalaron al azúcar como el nuevo enemigo nutricional, y, con el punto de mira en el azúcar empezamos a verle el plumero a los afamados productos light, que con tal de mantener el sabor que se perdía al limitar las grasas, incluían azúcar entre sus ingredientes y así mantenían la palatabilidad.

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Este cambio de paradigma generó una nueva ola de mensajes contradictorios y se instauró un nuevo debate: ¿qué es peor, las grasas o el azúcar?

Ante el desgaste del enfrentamiento mediático entre grasas y carbohidratos, el foco se ha desplazado ahora hacia las proteínas, presentadas como la solución ideal para perder peso de forma rápida y «limpia». Sin embargo, su consumo excesivo, especialmente de origen animal, puede comprometer la salud cardiovascular, renal y digestiva. A pesar de su popularidad, estas dietas no han demostrado ser más eficaces a largo plazo que una alimentación equilibrada, y su promoción puede generar falsas expectativas, alejando a la población de patrones dietéticos realmente sostenibles.

Este vaivén de culpables —primero la grasa, luego el azúcar y ahora el auge desmedido de la proteína— ha generado un caldo de cultivo ideal para la aparición de mitos alimentarios que ofrecen soluciones milagrosas a la tan ansiada pérdida de peso.

Mitos alimentarios: cuando la tradición desafía a la ciencia

Pero ¿qué entendemos exactamente por mito alimentario? En esencia, son prácticas o creencias sobre la alimentación que carecen de una base científica sólida. Estas ideas, a menudo transmitidas de generación en generación o propagadas a través de canales no verificados, pueden tener consecuencias negativas para la salud.

Se define un mito alimentario como una creencia errónea, simplificada o infundada sobre la alimentación, la nutrición o los efectos de ciertos alimentos en la salud, que carece de respaldo científico o distorsiona parcialmente la evidencia disponible y pueden influir negativamente en los hábitos alimentarios, generar ansiedad relacionada con la comida o conducir a prácticas dietéticas inadecuadas.

El problema de la persistencia de los mitos alimentarios

En la actualidad, la nutrición se ha convertido en un tema de conversación omnipresente y, lejos de ofrecer claridad, en muchos casos acaba por desinformar a la población. Esta democratización del discurso alimentario, si bien tiene aspectos positivos, también ha facilitado la difusión de mensajes erróneos y la consolidación de creencias infundadas.

Una de las principales razones por las que estos mitos persisten es la fragmentación del conocimiento nutricional. Con frecuencia, se extrae evidencia parcial fuera de contexto o se aplican hallazgos científicos a situaciones individuales sin tener en cuenta la globalidad de la persona. A ello se suma la creciente influencia de figuras sin formación académica en nutrición o salud, que, gracias a su alcance en redes sociales, gozan de una autoridad que no siempre está respaldada por la evidencia científica. La proliferación diaria de estos mitos representa un desafío constante para los profesionales sanitarios.

Esta democratización del discurso alimentario, si bien tiene aspectos positivos, también ha facilitado la difusión de mensajes erróneos y la consolidación de creencias infundadas.

Muchos mitos alimentarios adoptan una forma reduccionista frente a problemas complejos, ofreciendo soluciones simplificadas que suelen polarizar la relación con la comida. Así, se clasifican los alimentos como «buenos o “malos» y se imponen reglas rígidas basadas en combinaciones, colores o momentos del día. Esta visión binaria no solo es inexacta desde el punto de vista nutricional, sino que también puede deteriorar el vínculo con la alimentación. Además, al centrarse exclusivamente en decisiones individuales, se ignora el papel del contexto social y se responsabiliza injustamente a las personas de su salud, sin considerar las múltiples determinantes que la condicionan.

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Principales mitos sobre alimentación y pérdida de peso

Dentro del amplio universo de los mitos alimentarios, los relacionados con la pérdida de peso ocupan un lugar destacado. La presión social constante por alcanzar determinados cánones de belleza y las promesas de soluciones rápidas y sencillas crean un entorno ideal para la propagación de falsas creencias sobre cómo adelgazar. La evolución histórica en la demonización de distintos macronutrientes (grasas, azúcares, proteínas) y la presencia de infinitas dietas con fundamentos distintos ha generado un caldo de cultivo perfecto para la aparición de mitos que ofrecen soluciones milagrosas para perder peso y colocan toda la responsabilidad en las personas. Algunos de los más comunes incluyen:

1. «Comer menos y moverse más es la solución definitiva»

Esta afirmación reduce la complejidad del peso corporal a una simple ecuación energética. Si bien el balance calórico es un factor relevante, no es el único. Factores hormonales, genéticos, psicológicos, sociales y ambientales intervienen en el metabolismo y en la regulación del apetito. Este enfoque simplista no solo es ineficaz a largo plazo, sino que puede favorecer dinámicas restrictivas, frustración y culpa.

Por no hablar de la carga alostérica. La carga alostérica es el desgaste fisiológico acumulado por el cuerpo ante un estrés crónico prolongado. En obesidad, refleja el impacto biológico de factores como el estigma, la inseguridad alimentaria o las dietas repetidas. No solo mide el exceso de grasa, sino cómo responde el cuerpo al entorno. Es un marcador clave del impacto del estrés sobre la salud.

2. «Los carbohidratos engordan»

Los hidratos de carbono son una fuente esencial de energía para el organismo. Su demonización ha llevado a muchas personas a eliminar cereales, legumbres o frutas de su alimentación. No obstante, los estudios muestran que los patrones dietéticos equilibrados que incluyen carbohidratos complejos (ricos en fibra) son beneficiosos para la salud metabólica y cardiovascular. El problema no son los carbohidratos en sí, sino su calidad y contexto de consumo.

Cabe destacar que, en contra de la creencia popular, los carbohidratos complejos son la base de la pirámide alimentaria y no deben desaparecer de nuestra alimentación.

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3. «El ayuno intermitente es la mejor estrategia para adelgazar»

El ayuno intermitente puede ser una herramienta útil en determinados contextos clínicos, pero no es una solución universal ni exenta de riesgos. Su práctica sin supervisión puede fomentar conductas alimentarias desordenadas, sobre todo en personas vulnerables o con historial de trastornos de la conducta alimentaria. Además, no se ha demostrado que el ayuno sea superior, a largo plazo, a otras estrategias nutricionales más sostenibles.

La evolución histórica en la demonización de distintos macronutrientes (grasas, azúcares, proteínas) y la presencia de infinitas dietas ha generado un caldo de cultivo perfecto para la aparición de mitos que ofrecen soluciones milagrosas para perder peso.

4. «Cuanta más proteína, mejor»

El discurso proteico céntrico ha calado con fuerza en los últimos años. Aunque las proteínas cumplen funciones esenciales, un consumo excesivo —sobre todo en forma de suplementos o en ausencia de variedad alimentaria— puede afectar al equilibrio nutricional y empobrecer la dieta global.

5. «La báscula es el mejor indicador de salud»

El peso corporal es un indicador, pero no refleja el estado de salud. Existen múltiples indicadores más relevantes: composición corporal, presión arterial, marcadores sanguíneos, salud digestiva, bienestar emocional o calidad del sueño. Fijarse únicamente en el peso puede fomentar conductas compensatorias, obsesión con la balanza y desconexión con las señales internas del cuerpo.

6. «Hay alimentos que engordan por sí solos»

Afirmaciones como «los plátanos engordan», «la fruta después de comer se convierte en grasa» o «mezclar hidratos y proteínas engorda» son ejemplos de cómo se ha extendido una visión reduccionista de los alimentos. Ningún alimento engorda o adelgaza por sí solo: lo relevante es el conjunto de la alimentación, el contexto, la frecuencia y la cantidad. Esta visión aislada fomenta el miedo a ciertos productos y desequilibra la dieta al eliminar grupos completos de alimentos, como frutas, legumbres o cereales. La clave está en la variedad, el equilibrio y la calidad global de la alimentación.

Desmontar los mitos alimentarios es un paso esencial para fomentar hábitos saludables y una relación positiva con la comida, contribuyendo así al bienestar físico, mental y emocional. Para ello, es fundamental evitar soluciones reduccionistas, no caer en la polarización alimentaria y comprender que la salud no se define por un número en la báscula. Estas ideas erróneas condicionan nuestras decisiones, alimentan la ansiedad en torno a la comida y deterioran la relación con el cuerpo.

Superar estos mitos exige no solo una mirada crítica y contextualizada sobre la nutrición, sino también el uso de información contrastada y el acompañamiento de profesionales sanitarios colegiados, capaces de ofrecer orientación basada en la evidencia científica.