¿Puedo entender una situación de bullying y aprender de ella, si soy la persona acosadora?
Me piden que te escriba como joven que has vivido una situación relacionada con el acoso. Además, con el reto de ponerme en tu piel y mente, si resulta que eres quien ha acosado. No es un tema fácil para mí, porque estoy acostumbrado a ver y escuchar a aquellos que han sufrido en silencio las consecuencias de tu conducta.
Me sitúo en un escenario bastante duro, ya que lo que has hecho ha provocado mucho daño a alguien o algunas personas. Siempre podemos suavizarlo. Lo que me gustaría es que te quedaras con las ideas que corresponden a lo ocurrido en tu caso. Seguramente, lo que has hecho no se trata solamente de una acción individual, y han participado otras personas. Pero permíteme que te hable directamente a tí y que sirva para aquellos que tú también conoces.
Posiblemente escucharás personas que te querrán clasificar, que te dirán algo relacionado con tus dificultades psicológicas y de (in)adaptación social. En función de lo que te llegue, te vincularán con perfiles de personalidad egoísta, impulsiva, agresiva, con baja autoestima, con problemas de gestión emocional e, incluso, con mayor riesgo para la delincuencia, para el consumo de drogas y todo aquello que tenga que ver con los conflictos de siempre. Te resonarán noticias sobre machismos y manadas. Te hablarán de problemas de encaje en la familia, en la escuela, o directamente en el mundo.
De hecho, los manuales de psiquiatría y psicología juvenil, cuando describen a las personas acosadoras, hablan de jóvenes con dificultades para respetar las normas y los demás, para autorregularse, tolerar la frustración y vincularse positivamente, a la vez que con un alto grado de egoísmo y escasa capacidad empática.
Por todo ello, aunque lo veas exagerado y desproporcionado, espero que haya alguna persona, profesional o no, que te ayude a pensar en distintos temas, sin acabar hartos de hablar de los motivos que te han llevado a hacer esto, sea por tu personalidad, la familia que te ha tocado o la infancia que has vivido. Por un lado, identificando las razones que pueden explicar el porqué de algunas conductas que has tenido. Quizás detrás de alguna de ellas también hay malestar tuyo que pueda razonarlas. Por otra, fijándote en las miradas, las formas de considerar y tratar al otro e, incluso, en qué necesita, que además tiene el mismo derecho a la felicidad que cualquier persona. Por último, mojándose para apagar los fuegos de aquella gente que te señalará como mala compañía.
Posiblemente te propondrá dinámicas, actividades, ejercicios, ideas, etc. que te ayuden a conocer y explorar tu mundo interior, la relación con los demás, a descubrir qué te hace sentir bien, detectar emociones, qué necesidades tienes y qué problemas intervienen para poder razonar esta conducta. O no.
Sobre todo, todo este trabajo debe servir, básicamente, para hacerte muchas preguntas, sabiendo que no todas las respuestas valen:
- Para revisar tu atención emocional: ¿cómo estoy yo? ¿Cómo me verán los demás? ¿Cómo me veo yo con los demás?
- Para aprender a autorregularme: ¿cómo prevenir que se me crucen los cables?
- Para empatizar: toca pensar en lo que piensa el otro.
- Para pensar en la pregunta: «¿Funciono mal porque no estoy bien o estoy mal porque no funciono bien?».
- Para desarrollar la capacidad de realizar un pensamiento relacional y comparativo: ¿qué ocurre si...? ¿Y si esto me ocurriera a mí?
- Por tener capacidad de vincularse positivamente: hay personas dispuestas a ayudarme; yo también puedo ayudarlas.
- Por el aprendizaje en la solución de problemas: ¿cómo puedo actuar si la he liado parda?
- Para que te acompañe en tu contexto, del cual tú eres producto. Sobre todo, porque puedes pasar a escuchar temas tan repetidos como el fracaso, el malestar, el impacto de la crisis, el peso de la pandemia, de las redes sociales, de internet en general, de los problemas familiares, la falta de motivación y esfuerzo, el uso de drogas, etc. Una sociedad en la que los jóvenes no habéis sido educados para hablar, que vivís convencidos de que ya tenéis suficiente con vuestra vida y la de vuestros amigos.
- Que detrás de un mundo tremendamente injusto, no justifiquemos lo injustificable.
- Que detrás de muchos conflictos de alto voltaje –mientras escribo esto hay quien cree que puede invadir un país y generar una guerra– hay personas que, o bien no han podido o no se lo han permitido, o sencillamente su cerebro no entiende ninguno de estos aspectos.
Resumidamente, de este acompañamiento, deberías acabar encontrando el equilibrio entre lo que ha pasado y cómo se ha resuelto:
- Sabiéndome preguntar: ¿qué he aprendido, para qué me ha servido, y cómo me llevo experiencia de esta situación?
- Reconociéndome un poco más cómo soy, y cómo quisiera, o no, ser de otra manera.
- Teniendo claro que todas las personas tienen derecho a ser y vivir. No hay ninguna que esté por debajo ni por encima. Y punto.
- Encontrando el equilibrio –con posibles errores– entre las razones de todos estos malestares, tolerando negaciones, rabias, resignaciones y frustraciones. Y especialmente: ¿cómo puedo no depositarlos en las demás personas?
- Aceptando que ciertas conductas tienen sus consecuencias. Asumirlas forma parte de tu responsabilidad.
Si todo esto te hace pensar, es porque quien te los sugiere se ha ganado tu confianza. Quizás acabas teniendo una buena mirada de algunos psiquiatras, educadores, psicólogos, etc. Pero principalmente el objetivo es que no te sientas permanentemente culpable frente a todos aquellos que piden una respuesta en forma de castigo y consecuencia por lo que has hecho, y entender a aprender, a respetar y mirar positivamente al otro. En definitiva: que todo el mundo vale la pena. Si es así, habrás –habréis– hecho buena parte del trabajo.
Teléfono de la Esperanza 93 414 48 48
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