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La raíz de los trastornos de la conducta alimentaria

¿Por qué aparecen los TCA? Una explicación evolutiva
Sònia Sarro Álvarez
Dra. Sonia Sarró Álvarez
Doctora en Medicina. Psiquiatra especializada en trastornos de la conducta alimentaria. Área de Salud Mental
Hospital Sant Joan de Déu Barcelona

Las manifestaciones de un problema alimenticio pueden ser muy variadas. Las más habituales van desde evitar la ingesta, darse atracones, provocarse el vómito, tomar laxantes o hacer ejercicio de forma compensatoria, entre otros.

Ésta es la parte que varía según cada persona, y que según cada forma de ser se expresará diferentemente. También es una parte que suele transformarse a lo largo del tiempo. A menudo se comienza por intentar restringir y se acaba por mezclar los intentos de recorte con sobreingestas, picoteo y atracones, con o sin conductas compensatorias.

En los trastornos de la conducta alimentaria a menudo se utiliza la figura del iceberg, del que vemos la punta, lo más evidente, pero que tiene bajo el agua las auténticas causas escondidas.

¿Pero qué hay más allá del síntoma con la comida? ¿Qué se esconde debajo de la superficie?

Problemas emocionales, baja autoestima, inseguridades psicológicas o de imagen personal, en ocasiones vivencias traumáticas, miedo a no ser aceptado, a no encajar, al abandono o, simplemente, a expresarse. Angustia. Y sufrimiento silencioso.

Cuando nacemos, todos llegamos con una biología predeterminada, una herencia que nos determinará tanto a nivel físico como en el estilo psicológico. Las características mentales con las que llegamos equipados son lo que se llama «temperamento», y las físicas son la «constitución». Sobre esa base la vida nos transforma. Partiendo de los modelos que tenemos más cerca –normalmente la familia– y de los que más tarde se van incorporando –parientes, amigos, modelos sociales que nos van influenciando–, se va construyendo la autoestima. También las habilidades emocionales y para relacionarse –cómo expresarse y comunicar, cómo gestionar el malestar, cómo vestirse, qué comer– se van aprendiendo a partir de estos modelos. Unos modelos que, a su vez, se han aprendido de otros antes.

Todo el mundo necesita sentirse aceptado

En la infancia, es la aceptación por parte de los referentes inmediatos, que son los padres, lo que comienza a construir una buena autoestima a través del vínculo afectivo.

Posteriormente, llega la apertura al mundo en la etapa que sigue a la infancia, la adolescencia, en la que se busca una identidad propia.

Partimos de una serie de creencias, tanto familiares como propias. Unas son heredadas y otras las vamos formando. Por un proceso de aprendizaje y según los hechos vitales, vamos moldeando la personalidad sobre esta base.

Algunas de estas creencias, a su vez, las heredaron los padres. Cada familia tiene su estilo relacional, su forma de comunicarse, y cada miembro en la familia a su vez tiene el suyo. A veces, estos modelos encajan con el temperamento propio; otras entran en conflicto, lo que puede incluso crear contradicción, abierta o encubierta.

La falta de modelos parentales o el hecho de no sentirse identificado con los que se tiene, el estilo de comunicación o la carencia de ésta, y la represión o el descontrol de la expresión emocional son algunos de los rasgos comunes que encontramos en los diferentes trastornos alimenticios. Son modelos que habrá que atender durante el proceso de cambio y adaptación, que es parte del tratamiento, porque la recuperación es posible, pero necesita tiempo y esfuerzo no solamente de la persona con el problema alimentario, sino también de su entorno.

Es importante no desfallecer. Tirar adelante y atrás, y adelante otra vez. Experimentar, buscar nuevas formas de gestionar el malestar. Y potenciar al mismo tiempo el enorme esfuerzo y capacidad de amor sanador que hace que todo padre, madre, hermano, pareja o amigo de una persona con un trastorno alimentario quiera la curación y la liberación hacia un camino más saludable, aunque no se sepa cómo conseguirlo, cómo encontrar la forma de comunicar y de ayudar, o de pedir esta ayuda. Por eso, precisamente, es necesario buscar tratamiento especializado.

No hay que dejar de lado las vivencias traumáticas que a veces ocurren: experiencias de soledad, abandono, adopción, pérdida, enfermedades graves e incluso defunciones; a veces abusos, bullying, vergüenza, confusión... ¿Qué niño es lo suficientemente fuerte para defenderse solo, o para ver claramente y poder expresar qué necesita a nivel emocional?

A veces es cuando se construye el círculo de amigos cuando aparece el conflicto, la rebeldía adolescente de la que tanto se habla. O cuando se busca pareja sentimental. En la búsqueda de modelos, las redes sociales también desempeñan hoy en día un papel relevante, y no siempre positivo.

En cualquier caso, llegan etapas a la vida en las que aparecen crisis. Y las afrontamos en función de nuestro bagaje, poniendo en marcha nuestros recursos para adaptarnos (o no). Pero no siempre se encuentran esos recursos internos.

Trabajando para cambiar y reequilibrar

Dicho esto, volvemos a la pregunta. ¿Qué hay más allá del síntoma alimenticio?

Hay un desajuste, un desequilibrio. Entre cómo se es y cómo se querría ser. Entre lo que se siente y se piensa hacia uno mismo y lo que se cree que los demás esperan o piensan de uno mismo. Entre los recursos propios y la situación de crisis a la que la vida nos enfrenta.

Hay miedo e inseguridades. A veces, comentarios desacertados que pueden hacer mucho daño. Y se busca obtener seguridad intentando controlar la comida y el físico, porque son cosas concretas y materiales, que parece que se puedan modificar libremente y por cuenta propia, sin necesidad de nadie. Y, más allá de cierto punto, no es así. Y la pretendida solución se convierte en trampa.

Se busca sentirse más válido por encajar a través del físico. Pasando horas en el gimnasio o vomitando a escondidas. «Cuando dejé de comer me sentí poderosa», decía en una visita una chica con anorexia.

Todo el mundo quiere sentirse integrado, encontrar su sitio, pero a menudo se acaba atrapado. Porque el trastorno alimentario funciona en la práctica como una adicción que nace de una necesidad, que va quedando enterrada más y más adentro. «No sabía qué hacer para acallar mi cabeza», dice Sandra, que nos ha regalado su testimonio para ayudar.

¿Por qué falla esta estrategia?

Esta estrategia de pretender «controlar el aspecto físico» no funciona porque en lugar de enfrentar los problemas reales de forma directa, se desvían. Problemas que a menudo no se saben ni expresar en palabras, pero que asocian emociones intensas a unas edades ya de por sí intensas.

A través del TCA se (mal) permite la expresión de emociones negativas, se abocan a la comida y al cuerpo, y se acaba odiando la sustancia misma con la que la naturaleza nos ha dotado. Y así los malestares no se gestionan realmente, sino que se disfrazan.

Termina siendo como si la persona se hiciera bullying a sí misma, un maltrato autoimpuesto, mientras que la necesidad de fondo nunca queda satisfecha. «Me veo mejor... pero aún no lo suficiente» es una frase que continuamente oímos decir a las personas que atendemos. Cuando les preguntamos cómo es que todavía no se ven bien, la mayoría no encuentran respuesta, pero sienten que es así.

El «no estoy bien» acaba transformándose en «tengo demasiada barriga y por eso no estoy bien». Poco a poco se convierte en una obsesión. Porque si el problema se concreta en la barriga, resulta más alcanzable que el no sentirse capaz o aceptado. Y en vez de liberarse, la obsesión atrapa como una mala pareja. Y así, los problemas originales de fondo siguen sin tocarse. Y todo esto ocurre en una etapa de subida hormonal y maduración del sistema nervioso (atención a la biología de fondo) y de emociones especialmente intensas, como es la pubertad y la adolescencia; un momento en el que es más fácil pensar en blanco o negro que descubrir la escala de grises, en el que la presión social se hace más fuerte sobre una personalidad que se está desarrollando y que busca modelos estéticos y de comportamiento en los que reflejarse.

Y así, el problema alimentario, que nadie desea, se convierte en obsesión porque cumple una necesidad, la finalidad de canalizar angustias y frustraciones que no se saben expresar o resolver de una forma más natural y directa. Y llega un momento en que, como dice Marta (uno de los testimonios que animamos a leer), «parece más fácil estar enferma que salir de la enfermedad».

En primera persona

¿Y qué habrá que hacer en última instancia, una vez la parte alimentaria haya vuelto a encarrilarse (a menudo al principio a la fuerza no por agrado)? Pues, ante todo, pedir ayuda para poder reencontrar, reparar y llegar a expresar todas estas emociones taponadas a lo largo de los años de una forma más adaptativa y clara, y no a través de la comida. Es como si hubiéramos perdido una mochila por el camino, que pesaba pero donde teníamos cosas importantes, y tuviésemos que volver a buscarla y ver qué queremos hacer de su contenido. Aceptar la ayuda para cambiar poco a poco lo que no nos guste o, si no es posible, asumirlo y poder manejarlo. Adquirir (o reajustar) habilidades comunicativas y de gestión emocional. Abrirse en lugar de cerrarse. Conectar con uno mismo. Y descubrir y potenciar los propios recursos, que a menudo no se perciben o no se valoran. Y, en última instancia, examinar las propias creencias y reconducirlas, si es necesario, para poder encarar la vida en lugar de sentir que nos agobia.

Porque ninguna aceptación externa suple a la de uno mismo.

Este contenido no sustituye la labor de los equipos profesionales de la salud. Si piensas que necesitas ayuda, consulta con tu profesional de referencia.
Publicación: 7 de Abril de 2022
Última modificación: 7 de Abril de 2022
Sònia Sarro Álvarez

Dra. Sonia Sarró Álvarez

Doctora en Medicina. Psiquiatra especializada en trastornos de la conducta alimentaria. Área de Salud Mental
Hospital Sant Joan de Déu Barcelona