«Max nos ha enseñado a ponernos en el lugar del otro en todos los ámbitos de la vida»

Núria recuerda como una «salvación» el día que diagnosticaron que su hijo Max tenía un trastorno del espectro del autismo (TEA). «Hacía cinco años que estaba desesperada porque notaba que mi hijo tenía algo diferente, pero no sabía si el problema lo tenía él o yo como madre». Por eso, «una vez puesta la etiqueta, supimos hacia dónde tirar».

Max ha enseñado muchas cosas a su familia, sobre todo a «entender que no todo el mundo es igual y que hay que ponerse en el lugar del otro en todos los ámbitos de la vida». 

El aprendizaje ha sido conjunto. «Es como un niño que va sin mochila de herramientas para vivir en esta sociedad y hay que cargarle todas las herramientas posibles para que las pueda usar», explica Núria, que ha aprendido con su hijo que «hay muchas maneras de decir "te quiero" sin dar abrazos». 

Ahora Max tiene muchos más recursos para poder salir adelante y ha podido romper muchas barreras, superando las frustraciones del principio. «Sé que hay muchos trastornos que empeoran con los años, pero en el caso de mi hijo veo que va mejorando, evolucionando".

Una de las características de Max que más cuesta sobrellevar a su familia es su rigidez, la dificultad de aceptar los cambios. «Para él todo es blanco o negro y le causa mucha angustia no entender por qué las cosas no son como él las ve». 

El autismo es un espectro muy amplio que se manifiesta de forma muy diferente en cada niño. En el caso de Max no es un trastorno que se pueda ver a simple vista, aparentemente. Aun así, Núria es consciente de que «la diferencia no gusta» y que, en general, «la capacidad de ponerse en el lugar del otro se adquiere con los años, cuando te haces mayor».