Factores de riesgo y de protección de la conducta autolesiva
Un 27,6 % de las personas adolescentes europeas afirman que se han autoinfligido daño de forma intencionada al menos alguna vez en su vida (Brunner et al., 2014). Muchas personas que se autolesionan explican que lo hacen porque no se sienten capaces de afrontar una emoción intensa (como la tristeza o la rabia), y utilizan la autolesión para intentar reducir, gestionar o escapar de esos sentimientos.
El hecho de que haya un alivio emocional después de autolesionarse, puede hacer que en un futuro se utilice esta misma estrategia para gestionar las emociones difíciles. Sin embargo, este efecto no dura mucho y, a medio y largo plazo, es muy probable que aparezcan sentimientos aún peores, como la culpa o el miedo. Además, las personas que se autolesionan acostumbran a experimentar más sufrimiento emocional, dificultades para relacionarse y un menor rendimiento académico. Por tanto, se puede afirmar que la autolesión puede convertirse en un problema muy serio.
Uno de los factores de riesgo de las conductas autolesivas es la misma adolescencia. Las autolesiones comienzan habitualmente entre los 12 y los 16 años, un período especialmente vulnerable. Uno de los motivos puede ser la impulsividad, y otro la elevada reactividad emocional asociada al desarrollo durante esta etapa.
Pero aparte de la adolescencia, existen otros factores de riesgo específicos para las conductas autolesivas, como:
- Una historia previa de autolesiones.
- La presencia de rasgos de personalidad de tipo inestable, con una elevada reactividad emocional, inestabilidad afectiva, una excesiva necesidad de aprobación o admiración, etc.
- La desesperanza.
- El género. Algunos estudios muestran que las mujeres tienen más probabilidades que los hombres de tener una conducta autolesiva, independientemente de su edad.
- Las experiencias interpersonales adversas. Algunos estudios sugieren un elevado riesgo en personas que han experimentado abuso sexual, negligencia de los padres, acoso escolar o malos tratos, aunque esto no quiere decir que el hecho de haber sufrido estas experiencias sea la causa de la conducta de autolesión.
- El aprendizaje social y la imitación. Ver estas conductas en la escuela, en la televisión o en las redes sociales puede incrementar el riesgo.
- Las autolesiones que se dan frecuentemente y usando diferentes métodos son predictores de repetición de estas conductas a lo largo del siguiente año de haberlas iniciado.
LOS RASGOS DE PERSONALIDAD COMO FACTOR DE RIESGO
Parte de estas variables son los rasgos de personalidad disfuncionales y, concretamente, las personalidades de tipo inestable, con elevada reactividad emocional, con tendencia a las conductas impulsivas o a desarrollar puntos de vista excesivamente subjetivos o egocéntricos, etc.
Los rasgos de personalidad disfuncionales, en general, hacen referencia a un patrón perdurable de experiencia interna y comportamiento que se desvía de forma notable de las expectativas culturales de la persona. Este patrón se manifiesta en los ámbitos de la cognición, la afectividad, el funcionamiento interpersonal y el control de los impulsos.
En la adolescencia, puede ser difícil diagnosticar los problemas de personalidad y puede que sea necesaria una intervención profesional clínica, ya que en este período la personalidad se está formando y estructurando. Además, las crisis propias de la adolescencia pueden comportar alteraciones no patológicas de la personalidad que pueden confundirse con rasgos disfuncionales (patológicos).
LAS DIFERENCIAS EN EL GÉNERO
Tradicionalmente, la autolesión se ha considerado un fenómeno sobre todo femenino. Existen muchos estudios sobre la prevalencia y la incidencia que avalan esta consideración. Sin embargo, también existen estudios recientes que matizan los datos de estudios más antiguos y algunas investigaciones señalan diferencias más pequeñas en la incidencia según el sexo y el género.
Un aspecto ampliamente demostrado es el uso de métodos diferentes en los chicos y chicas a la hora de cometer autolesiones no suicidas. Mientras que las chicas son más propensas a cortes, rasguños y acciones que provocan sangrado, los chicos son más propensos a los golpes y a las quemaduras.
LA RESILIENCIA, UN FACTOR DE PROTECCIÓN
Los factores de protección para la conducta autolesiva son los mismos que los de cualquier trastorno o problema emocional, y se relacionan con las capacidades o habilidades de las personas para afrontar los acontecimientos vitales negativos o estresantes, sin desarrollar conductas disfuncionales o patológicas.
En este sentido, hablamos de resiliencia como la capacidad de afrontar los acontecimientos negativos de la vida (Dray et al., 2017). Se ha definido también como la capacidad de una persona para adaptarse a situaciones difíciles y persistir frente a la adversidad, o como la capacidad de recuperación después de un suceso traumático o estresante (Norris et al., 2009). El desarrollo de la resiliencia durante la adolescencia (entre los 12 y los 18 años) se considera una alternativa eficaz de afrontamiento en algunos de los trastornos mentales presentes en la sociedad actual.
La evidencia indica que no todos los adolescentes que experimentan situaciones adversas desarrollan problemas de salud mental. Algunos estudios han demostrado que la clave parece estar en la resiliencia, que es fundamental en la recuperación ante los traumas y los acontecimientos adversos (Rutter, 2013). Esta capacidad de recuperación puede actuar como un factor protector contra el desarrollo de trastornos mentales y, consecuentemente, su ausencia podría ser un factor de riesgo para una serie de patologías clínicas (Srivastava et al., 2019).
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