¿Qué estrategias de prevención le parecen ahora más urgentes desde diferentes ámbitos?
«Debemos ir hacia un cambio de paradigma, pasar de la visión en blanco y negro al color. Es decir, a menudo ponemos mucho énfasis en los factores de riesgo, que son importantes pero que también estigmatizan y acabamos transmitiendo una imagen en blanco y negro. Quizás el acento debería ponerse en los factores de protección porque sobre estos podemos trabajar mejor. Necesitamos pues cambiar ese paradigma sobre cómo tratamos la cuestión y entender que el fenómeno del suicidio, al igual que cualquier otra cuestión de salud mental, es abordable con diferentes estrategias. ¿Qué significa eso? Significa que, naturalmente, primero debemos conocer qué es ese fenómeno, cómo se define, qué epidemiología presenta, qué datos y, a partir de ahí, analizar qué factores de protección son necesarios.
En los factores de protección podemos distinguir aquellos de ámbito personal con los de ámbito sanitario y social. Lamentablemente, todos los problemas de salud mental tienen un componente social que no podemos desdeñar. Por lo tanto, si solo actuamos en el ámbito sanitario vamos a fracasar porque el ámbito social es igual de importante.
Factores protectores frente al suicidio
En lo personal, probablemente, debemos ser muy cuidadosos en potenciar la habilidad en la resolución de conflictos o problemas. Frecuentemente las personas que tienen este tipo de situaciones claudican rápidamente ante la adversidad. Su capacidad de resiliencia y de afrontar situaciones hostiles es muy baja. Conviene educar a la población en este tipo de habilidades y pasa, probablemente, por alimentar los niveles de autoconfianza que tienen los jóvenes y que ahora están tremendamente mediatizadas por las redes sociales y las plataformas digitales.
Otra estrategia importante es potenciar todo aquello que tenga que ver con la flexibilidad cognitiva, es decir, cómo hacemos que las personas tengan esa capacidad proactiva de adaptación a las circunstancias ambientales, a su vida. A menudo vemos personas que son tremendamente rígidas. Es muy bueno tener tus propias creencias, valores y principios, pero tiene que ir acompañado de esa capacidad de adaptación porque solo así se es capaz de afrontar una situación estresante, sobrevenida o dolorosa.
En el ámbito social es tremendamente importante recuperar parte de las relaciones interpersonales y el cara a cara. Como decía antes, la tecnología se nos ha colado en las relaciones entre las personas. Precisamente recuerdo un anuncio del 2018 en el que se planteaba esta cuestión y que me sirve para ejemplarizar bien esta situación. Se mostraba una escena en la que se realizaban preguntas a los nietos en relación a su familia y sobre las que no conocían las respuestas. El mensaje era claro: la necesidad de reconectar con las personas más cercanas, de dejar el móvil a un lado y hablar, preguntar, interesarse. Desde el entorno familiar tenemos posibilidad de intervenir y fomentar este diálogo. Cualquier familia debería compartir, como mínimo, una comida. Normalmente la cena es el momento en que hay más oportunidades para que toda la familia cene junta, hable. El simple ritual de sentarse, comer juntos, hablar, sin móviles en la mesa… son costumbres que se pierden y debemos recuperar, es fundamental.
Estas dinámicas, además, deberían estar apoyadas por políticas de protección a la familia fomentadas desde la administración. Todo influye en el bienestar de las personas, incluso los horarios de prime time en las televisiones y que llevan a muchas personas reducir sus horas de descanso necesarias. Como también influye enormemente las políticas de los gobiernos en relación a la disponibilidad, por parte de la población, de elementos como las armas de fuego o el acceso a ciertos fármacos. Sólo hay que observar los datos relativos a esta cuestión para entender la relación directa».
«A partir de ahí podemos plantear también otras estrategias en el ámbito sanitario como la necesidad de formar a los profesionales de la salud para una buena detección de la población de riesgo, para mejorar cómo se informa a la población general sobre este tipo de problemas. Hay que explicar muy bien a la persona y a la familia qué es lo que vamos a hacer, como les vamos a implicar en ese proceso. En definitiva, favorecer todos los canales de comunicación para que el usuario pueda expresar qué es lo que está pensando, qué siente. Si nos ponemos en una posición muy ecléctica, muy sanitaria, probablemente esa persona no se explicará.
Es fundamental, igualmente, el rol de la atención primaria. Debemos hacer todos los esfuerzos necesarios para formar a estos equipos de primera línea para que sean capaces de detectar estas conductas.