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Artículo

Envejecimiento y suicidio

El suicidio en la población de edad avanzada es un fenómeno que a menudo se ignora o se descuida y atrae menos atención que el suicidio en la población más joven. La edad no debe ser un motivo para normalizar el sufrimiento.

Cecilia Borras

Cecilia Borràs

Psicóloga. Presidenta-fundadora
Después del Suicidio – Asociación de Supervivientes (DSAS)
El suicidio no debe normalizarse por la edad

Resumen

A menudo ignorado y  descuidado por ser considerado, a priori, de menor impacto que el de la población joven, el fenómeno del suicidio en las poblaciones de edad avanzada supone la primera causa de muerte para el grupo de personas mayores de 79 años. Y, al igual que en las poblaciones juveniles (también es la primera causa de muerte en la franja de edad de los 15 y 35 años), denota un riesgo de dolor emocional que llega a tornarse insoportable. El suicidio no debe normalizarse por edad.

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En la vida afrontamos cambios continuamente, pero ningunos son tan importantes como aquellos que llevarán a que la vida sea diferente. 

El primero es el de los ritos de iniciación hacia la edad adulta, es decir la adolescencia y juventud. Esta etapa supone grandes cambios tanto individuales como sociales: la transformación del cuerpo, la identificación de pertenencia al grupo de iguales, de suma importancia para sentirse aceptado, y obviamente, el inicio del camino hacia el futuro basado en las primeras tomas de decisión propias que pueden marcarlo profundamente. Y por supuesto, vivir los primeros vínculos emocionales, los más intensos, el amor.

La otra etapa importante, se sitúa en el extremo del continuo vital, donde de nuevo habrá un afrontamiento a grandes cambios individuales y sociales: la transformación del cuerpo con el proceso irreparable de envejecimiento y con él, la aparición de las enfermedades más o menos importantes, la mayoría ya crónicas. El gran cambio social que supone la jubilación, con el sentimiento a veces inevitable de “dejar de sentirse útil”. 

El esfuerzo a la adaptación a una nueva forma de vivir, asumiendo nuevos roles que no siempre encajan con expectativas imaginadas, es también un proceso importante. La toma de decisiones podrá ser esperada, incluso respetada, o al contrario, se verán desestimadas y cuestionadas. Todo ello en un entorno donde la comunicación y las relaciones sociales ha dado un cambio sin precedentes en los últimos tiempos, generando casi una brecha entre generaciones, viviendo además dolorosas pérdidas en el entorno inmediato, con la soledad como única compañera en bastantes casos.

Un 32% de las muertes por suicidio son de mayores de 65 años

Se pone hoy en cuestión si “la duración de una vida se puede redistribuir dando más tiempo a cada etapa vital”  (Antonio Abellán) cuando se habla de una esperanza de vida que en poco tiempo puede llegar a los 100 años, según algunos expertos.

En la pirámide de población, según datos del 2019, entre las personas mayores de 65 años, el rango de 65-99 años supone el 20,10% del total. Cabría esperar que las enfermedades crónicas y propias de la edad serían la principal causa de muerte. 

Sin embargo, las estadísticas nos hablan de otra realidad. Las muertes por suicidio a partir de los 65 años suman 1.129, que suponen un 32% del total observado en el 2018 (3.539 fallecimientos)





Fuente: INE, 2018 



El suicidio es la primera causa de muerte en el grupo de edad entre 15 y 35 años, pero también lo es para el grupo de personas mayores de 79 años. La muerte por suicidio de una persona mayor es menos impactante para las personas que la pérdida de alguien más joven, particularmente de adolescentes y adultos jóvenes. Por esta razón, el suicidio en la población de edad avanzada es un fenómeno que a menudo se ignora o se descuida, y atrae menos atención que el suicidio en la población más joven (Parra-Uribe, Blasco-Fontecilla y García-Parés, 2017).

En un estudio de seguimiento a 5 años en nuestro entorno (Crestani, Masotti, Corradi, Schirripa y Cecchi, 2019) se observó que la edad joven, menores de 20 años, junto con la presencia de trastornos de la personalidad y el consumo de alcohol fueron los factores de riesgo para volver a realizar una tentativa de suicidio. Sin embargo, el consumo de alcohol y la edad avanzada fueron factores de muerte por suicidio. 

En las dos etapas de mayores cambios vitales en la vida existe un riesgo de vivencia de dolor emocional que puede volverse demasiado insoportable.

Especialistas en geriatría alertan sobre la cuestión del suicidio en personas mayores y apuntan a que los trastornos depresivos pueden estar presentes en torno a un 15-25% de los casos (Forlani, Morri y Ferrari, 2014), lo que supone una prevalencia muy alta.

Conejero y cols. (2019,) detallan una revisión de los factores de riesgo. En condiciones de deterioro mental, los trastornos depresivos pueden estar frecuentemente infradiagnosticados, así como los trastornos de ansiedad comorbidos con los de depresión se han observado en uno de cada seis personas fallecidas por suicido.

El 45% (en estudios reportados en Europa, Australia y USA) habían contactado con su médico de primaria en el mes previo a la muerte por suicidio y solo un 20% habían recibido asistencia por profesionales de la salud mental. El impacto personal de recibir un diagnóstico de demencia está asociado a un moderado riesgo de suicido, incluso, según nuestra experiencia, aquellos que pueden recibir la sospecha clínica que puedan padecerla. 

En una extensa serie retrospectiva sobre 538 casos mayores de 60 años fallecidos por suicidio, se observó que el sexo masculino se correlaciona con un mayor riesgo de suicidio, con una relación hombre-mujer de casi 3 a 1, siendo el mayor riesgo de suicidio en la edad entre 70 y 79 años. Se revelaron factores patológicos en 427 casos (estado físico para 194 casos, estado mental para 233 casos) y la enfermedad mental se relacionó significativamente con el riesgo suicida (Parra-Uribe, Blasco-Fontecilla y Garcia-Parés, 2017).

La atención primaria, clave para la prevención

El entorno social adquiere una gran relevancia para la persona de edad que pueda cumplir con algunos patrones de riesgo: sociodemográficos específicos (aislamiento social, estado civil (viudo/a), en duelo) o clínicos (demencia, deterioro cognitivo y enfermedad física). Por ello se apunta para la prevención a que los equipos de asistencia de atención primaria alerten y tengan recursos, dado que es una población que consulta con asiduidad con este profesional por sus problemas físicos. Se debe optimizar el tratamiento y enfoque terapéutico de la ansiedad y la depresión en esta población donde la respuesta farmacológica y terapéutica no es siempre la esperada, por interacciones con otros tratamientos o dosis y/o tratamientos pueden no ser los adecuados. La geriatría junto con psicogerontología son especialidades de vital necesidad para abordar de forma integral los problemas físicos y emocionales en esta etapa de la vida, en especial los duelos, entendidos como las pérdidas de cualquier índole además frecuentes que deben afrontarse. Y promover programas de interacción social en la comunidad, sobre todo entre iguales y fomentar las alertas que puedan ayudar a una prevención precoz (Conejero, Olié, Courtet y Calati, 2018).

Los signos de alerta que no deben normalizarse por la edad:

  • Estado de ánimo constantemente triste o ansioso.
  • Sentirse “vacío” gran parte del tiempo.
  • Pérdida de interés o de placer en los pasatiempos y las actividades.
  • Pesimismo o falta de esperanza.
  • Sentimientos de culpa, falta de autoestima e impotencia.
  • Fatiga o tener menos energía, sentir que se mueve o habla más lentamente.
  • Dificultad para concentrarse, recordar detalles o tomar decisiones. 
  • Problemas para dormir, incluyendo despertarse muy temprano o dormir demasiado. 
  • Cambios en el apetito o el peso, sin proponérselos. 
  • Pensamientos sobre la muerte o el suicidio o intentos de suicidio. 
  • Sentirse inquieto o irritable. 
  • Dolores y molestias físicas, como dolor de cabeza, calambres o trastornos digestivos sin ninguna causa física aparente y que no se alivian ni siquiera con tratamiento.

Nuestra ayuda puede ser útil:

  • Ofreciendo apoyo, mostrando comprensión, teniendo paciencia y dar ánimo. 
  • Ayudando a recordar sus citas y organizarle su “caja de pastillas” si es posible, ya que a veces las personas mayores con depresión no pueden pensar con claridad. 
  • Tratar de asegurarse cómo ir a las consultas médicas y si pueden ir acompañados. 
  • Hablarle y escucharle con atención. 
  • No pasar por alto los comentarios sobre el suicidio e informar al terapeuta o al médico de su ser querido sobre estos comentarios. 
  • Invitarle a caminar o a pasear y hacerle participar en actividades. 
  • Recordarle que, con el tiempo y el tratamiento, la depresión desaparecerá. 

No tenemos que dar la espalda al problema del suicidio en gente mayor. La oportunidad de ayudar a alguien que sufre ha de ser una obligación moral independientemente de su edad. La muerte por suicidio incumple “la regla de oro” que Edwin Shneidman nos transmite cuando se refiere a una buena muerte: ”que nuestra muerte, en lo posible, cause la menor cantidad de dolor a los que nos sobrevivan” (Shneidman, 1972) y la muerte por suicido incumple esta regla. 

Vivir esta experiencia es un hecho demasiado trágico y traumático para toda la familia y amigos, pero en particular para aquellos jóvenes allegados, quienes raramente serán objeto prioritario de recibir ayuda para esta dura experiencia, con las posibles consecuencias inciertas en su futuro. 

Si tienes pensamientos suicidas, pide ayuda:

También puedes comunicarte con los servicios de emergencia locales de tu zona de residencia.