La necesaria atención a las personas que han perdido a alguien a causa del suicidio
Resumen
En 2020 murieron casi cuatro mil personas en el estado español a causa del suicidio. Además, desde el año 2008, la muerte a causa del suicidio es la primera causa de muerte no natural, y actualmente se ha situado en casi el triple de las muertes a causa de accidentes de tráfico.
La Organización Mundial de la Salud establece que el nivel de afectación en el entorno cercano de la persona que muere a causa del suicidio está alrededor de seis personas, pero también aclara que si este suicidio se produce en el entorno educativo o laboral, puede afectar a cientos de personas. Si hacemos el cálculo, la cifra de personas afectadas por una pérdida por suicidio resulta estremecedora: alrededor de 20.000 personas cada año.
A pesar de estos datos, en estos momentos en el estado español no existe ni un solo programa de atención a las personas que han perdido un ser querido a causa del suicidio. Solo conocemos una excepción a este abandono: el programa de atención a las víctimas de una pérdida por suicidio que se lleva a cabo en el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau (Barcelona) en convenio con nuestra asociación DSAS, Después del suicidio, Asociación de Supervivientes. Nuestra asociación es pionera en la atención a ese tipo de pérdida.
Los factores que agravan el proceso de duelo por muerte por suicidio
La Dra. Catherine Le Galès-Camus, subdirectora general de la OMS, lo resume de esta forma: «Cada suicidio supone la devastación emocional, social y económica de numerosos familiares y amigos».
Las personas que han sufrido una pérdida de este tipo tendrán que hacer una difícil gestión psicológica de dos hechos devastadores:
- Muy habitualmente, la noticia inesperada e imprevisible.
- Razonar sobre el porqué de esta muerte.
Debemos tener presente que el suicidio supone:
- Una agresión extrema hacia uno mismo y hacia las personas más cercanas.
- La imposibilidad de realizar un proceso normal de despedida.
- La aceptación de una acción irreversible.
- El hecho de tener que asumirlo en circunstancias sociales adversas, casi en soledad.
- La convivencia con la calificación social del suicidio peyorativamente tildada de valiente o cobarde, que alimenta la mitología sobre las verdaderas causas del suicidio.
- El sufrimiento de la exhibición pública que supone la muerte por suicidio, la participación de los estamentos policiales, judiciales, de emergencias... Nos someten a una situación de exposición y juicio de la conducta de quien ha fallecido, pero también de quienes le rodeaban, como posibles colaboradores o impulsores involuntarios.
Hay que considerar como un elemento que agrava esta situación trágica el hecho de que sea una muerte no natural con bastante violencia, como el resto de muertes traumáticas (accidentes, atentados, guerras, asesinatos), lo que también añade un elemento de difícil gestión en el entorno, muy especialmente si se trata de hijos.
También debemos comprender que «los tabús culturales, religiosos y sociales que rodean el hecho pueden hacer que el camino sea aún más difícil» (WHO, 2008)
El duelo por suicidio es un proceso de grave complejidad
Sabemos que el duelo es un proceso adaptativo biopsicosocial por el que todos los seres humanos pasamos en algún momento de nuestras vidas. Su duración dependerá de la magnitud de nuestra pérdida, cada persona lo vivirá de forma individual y con un proceso que no es transferible.
Medir este proceso por el tiempo será un error, tal y como señala Robert Neimeyer: «El tiempo no cura. No importa lo que el tiempo haga en la persona en duelo. Lo importante es lo que hace la persona en duelo con el tiempo».
Igualmente, no será demasiado correcto situar el proceso de duelo en una serie de etapas cronológicas: «Hablar de etapas de duelo puede llevar al error, ya que se puede dar a entender que todas las personas en duelo deben seguir el mismo itinerario en la dolorosa recuperación personal» (Neimeyer, 2007).
El trauma de la noticia nos propulsa hacia el pasado. La reconstrucción biográfica será en muchas ocasiones obsesiva: «¿Por qué? ¿Y si yo hubiera...? ¿Qué habría podido hacer yo diferente...?». Esta cuestión se convierte en un hecho diferencial respecto a otros duelos: ¿qué influencia he podido tener yo en su muerte?
Igualmente, la influencia de las personas de su entorno, muy especialmente de terapeutas, profesionales de la medicina, psiquiatría o psicología, será juzgada con mucha dureza. «¿Por qué no lo vio?», «¿Por qué le dio el alta?» o «¿Le modificó la medicación?» serán preguntas muy habituales y que pueden suponer un verdadero afán de castigo hacia los profesionales que hayan intervenido (Ward et al., 2014).
En el caso de este tipo de duelo, su evolución puede ser mucho más complicada, con una duración más larga y con un riesgo muy importante de que la evolución no sea favorable, y cueste encaminar a la persona que ha sufrido la pérdida hacia un proceso de reconstrucción.
Durante la fase más aguda del duelo, que puede prolongarse entre seis y doce meses (Worden, 2016), la narrativa de las personas se encuentra orientada a lo vivido. Las emociones nos desbordan gravemente, son fluctuantes y dominan nuestra conducta. Nos instalamos en pensamientos que vuelven una y otra vez sin control y que nos remiten a esta revisión obsesiva de lo que pasó.
Hay que tener muy presente que las personas que han sufrido una pérdida por suicidio aumentan su propio riesgo de suicidio en los días inmediatos a la pérdida, así como en los días de celebraciones de cumpleaños (Baker et al. Omega, 2014).
La pérdida se convierte en un desalentador del proceso de vida:
- Hace que nos replanteemos nuestras propias creencias, especialmente sobre el suicidio y sobre quien ha muerto por esa causa.
- Se produce una profunda distorsión en la visión que teníamos de la persona que ha fallecido: ¿cómo me lo ha podido hacer, cómo me ha podido abandonar...?
- Revisamos toda nuestra relación con aquella persona: castigamos las fotografías, los recuerdos o nos sentimos vinculados a ellos de forma irremediable.
- En algunos casos, cuando la enfermedad ha acompañado durante muchos años al entorno, puede producirse un profundo alivio.
Durante este camino aparecerán, como hemos dicho, algunas preguntas que tienen difícil respuesta y que suponen también la necesidad de trabajar las emociones más poderosas durante este proceso:
¿Por qué me ha hecho esto? | Sentimiento de abandono y orfandad |
¿Podría haberlo evitado de alguna manera? | Sentimiento de culpabilidad |
¿Qué pensarán de mí los demás? | Sentimiento de vergüenza |
¿Puede volver a ocurrir en mi familia? | Sentimiento de estigmatización, de herencia "genética maldita" |
¿Qué sentido tendrá mi vida a partir de ahora? | Sentimientos autodestructivos |
Estos sentimientos son muy poderosos y habrá que enfrentar sus consecuencias para evitar que se conviertan en elementos de evolución hacia un proceso de duelo traumático.
La culpabilidad puede convertirse en un proceso adaptativo que nos ayude a avanzar (Rocamora, 2021).
Culpa adaptativa:
- Ayuda a elaborar la pérdida
- Ayuda a perdonar y perdonarse
Culpa desadaptativa o tóxica:
- Es incapacitante
- Puede ser un elemento impulsor en el suicidio
La vergüenza y el tabú que acompaña a este tipo de muerte supone:
- No poder hablar de las circunstancias de la muerte
- Evitar la palabra «suicidio»
- Considerarla una muerte «proscrita» y «marginal»
Los riesgos más importantes a tener en cuenta en una pérdida por suicidio
Como hemos ido señalando, la atención a la pérdida por suicidio se plantea el reto de atender y visibilizar a un colectivo de personas mucho más importante de lo que se podría suponer, pero también con un elevado riesgo de desarrollar procesos que comprometan su salud.
- Tras sufrir una pérdida por suicidio, el riesgo de desarrollar un proceso de duelo complicado (traumático) es un 40% mayor que en otros colectivos.
- Existe una alta probabilidad de cronicidad en la evolución del duelo.
- Aumenta la aparición de enfermedades físicas importantes.
- Aumentan las conductas adictivas (Pitman et al., 2014).
- El riesgo de depresión y el riesgo de suicidio es 5,5 veces mayor que en otras personas (De Groot et al., 2013, y Barker et al., 2014).
Es necesario, pues, plantear recursos para la atención a las personas que han sufrido este tipo de pérdida.
«El 94% de los supervivientes en duelo por suicidio indicaron como prioritaria la necesidad de recibir ayuda para gestionar su duelo, aunque solo el 44% recibió apoyo» (Wilson y Marshall, 2010).
Esta decepcionante cifra no corresponde a la situación de nuestro país, dado que, como se ha señalado al principio de este artículo, este apoyo es casi inexistente aquí.
Las características que debería tener un programa de atención a la pérdida por suicidio superan por mucho la intención de este artículo, pero quisiera concluir con unas breves orientaciones sobre cómo plantear la atención al duelo por suicidio.
Quiero aprovechar estas líneas para recordar que nuestra asociación presta atención a personas supervivientes de toda Cataluña y del estado español mediante los recursos de la atención individual y del trabajo en grupo, y que mantenemos numerosos contactos con profesionales del mundo de la salud para asesorar, formar e informar sobre esa necesidad.
La mayoría de las personas que acuden a nosotros nos plantean la dificultad de establecer un vínculo de confianza con su terapeuta. Normalmente, manifiestan que no logran el clima necesario para poder sentirse autorizados para trabajar su duelo.
El acompañamiento al duelo por suicidio requiere la capacidad de ponernos al lado del otro y de escuchar de forma activa y compasiva.
Tal y como señala Joan Carles Mèlich, «compasión significa acompañar, acoger, situarse al lado del que sufre. Una ética de la compasión subraya que nadie puede evitar el sufrimiento y que la respuesta ética no consiste en ponerse en el sitio del otro sino a su lado».
Así pues, será necesario que desplegamos recursos en torno a:
- La receptividad: recogiendo la necesidad de escucha, aparcando las ideas preconcebidas y los prejuicios sobre una muerte tan estigmatizada que confunde a los propios profesionales de la salud con mitos y medias verdades; situando claramente el miedo a la propia exposición al trabajo sobre el duelo de la persona que nos pide ayuda; diseñando soluciones para sus preocupaciones y, sobre todo, dando respuesta a sus inquietudes y miedos.
- La confianza: «quiero acompañarte». Acepto tus ritmos y percepciones como punto de partida para trabajar contigo el camino de la reconstrucción. No rehuyo el contacto físico adecuado, ni el recurso del humor.
- La capacidad de formular las preguntas adecuadas: evitamos los porqués que tanto nos torturan, las preguntas favorecen la evocación y la reformulación del dolor y el miedo, las preguntas abren camino y no suponen la solución preconcebida.
- El retorno de lo que percibimos: evitamos la evaluación que supone juicio; el feed back es el propio trabajo que vamos haciendo con la persona que ayudamos. Las tareas que proponemos se revisan desde este punto de vista.
El camino de acompañamiento en el duelo busca que volvamos a encontrar un camino. Que nos sintamos autorizados a recuperar nuestras vidas.
Documentos y enlaces
Si tienes pensamientos suicidas, pide ayuda:
También puedes comunicarte con los servicios de emergencia locales de tu zona de residencia.
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024
Línea de atención a la conducta suicida -
061
Salut Respon -
900 925 555
Teléfono de prevención del suicidio de Barcelona