Los grupos de apoyo mutuo en el ámbito de la salud mental
Resumen
El apoyo social, el apoyo mutuo y los vínculos de cooperación son quizá las formas más importantes de afrontamiento de las dificultades, de organización y de construcción de una vida satisfactoria. Contar con el apoyo de personas significativas para nosotras es tan importante que constituye uno de los múltiples determinantes de la salud mental. Todas lo necesitamos.
Paradójicamente, a menudo, la discriminación estructural y sistemática hacia quienes pasamos por problemas de salud mental es lo que más compromete nuestros lazos de apoyo y nuestras relaciones personales. Y es que la estigmatización constituye la principal barrera para mejorar nuestro bienestar. Se nos discrimina mediante el juicio, la infantilización o el rechazo a nuestra persona. Por ello, las personas con experiencias de sufrimiento psicológico y de psiquiatrización consideramos tan valiosos los espacios seguros e independientes donde construir apoyo desde la horizontalidad y la reciprocidad. Esos espacios, que como explican con rigurosidad Guzmán-Martínez et al. (2021), tienen su origen en los movimientos sociales de las mujeres y del colectivo loco, son los Grupos de Apoyo Mutuo (GAM).
Los GAM son espacios alternativos, diferenciados y, a veces, complementarios de los recursos profesionales. La atención profesional cubre necesidades sanitarias y comunitarias que no podemos satisfacer por nosotras mismas, basa sus intervenciones en un conocimiento académico y permite dar respuesta a situaciones que nos superan y en las que necesitamos una solución más pronto que tarde.
En contraste, en los GAM encontramos respuesta a necesidades sociales y afectivas universales como compartir y darnos cobijo, basamos nuestra actividad en un conocimiento experiencial, y nos relacionamos desde la reciprocidad y la corresponsabilidad.
En estos espacios, el sufrimiento experimentado puede convertirse en fuente de aprendizaje y crecimiento, nuestra propia experiencia puede adquirir un valor para nosotras mismas y otras personas, y no solamente recibimos apoyo por parte de compañeras, sino que también se lo damos a ellas. Gracias a estas dinámicas, con el tiempo, también abandonamos la indefensión aprendida y el rol de enfermas, asumimos responsabilidad acerca de nuestro bienestar y el del grupo, y desarrollamos un proceso de empoderamiento personal y colectivo.
Por lo tanto, un GAM es un espacio o actividad grupal autogestionada por personas que han pasado por una dificultad o experiencia adversa común, en el que compartimos, en primera persona, nuestras vivencias. Las personas con sufrimiento psicológico y psiquiatrizadas necesitamos estos espacios para hablar de las consecuencias psicosociales derivadas de la psiquiatrización, el peso del diagnóstico psiquiátrico, la medicalización, los síntomas y el malestar. Pero también de nuestros recursos para afrontar las dificultades, nuestras fortalezas, capacidades de construcción de satisfacción y bienestar, y nuestros proyectos de vida, deseos e ilusiones.
Los objetivos pasan por aprender colectivamente, crear redes en las que el apoyo circula de manera horizontal y recíproca, y mejorar nuestro bienestar cotidiano y a largo plazo. Además, el GAM es un espacio que debe servir para deconstruir nuestro propio estigma y autoestigma, deshacernos de la carga identitaria del diagnóstico psiquiátrico, valorar nuestro saber exclusivo proveniente de nuestra experiencia, y responsabilizarnos de nuestro bienestar personal y colectivo.
¿Qué motivos nos llevan a querer participar en un GAM?
La mayoría de las personas que decidimos participar de un GAM, a menudo, tenemos diferentes motivos. Algunos de los que más comunes son ampliar la propia red de relaciones personales, romper con el aislamiento social, compartir nuestras experiencias en un contexto de escucha y comprensión, relacionarnos con iguales, vencer el miedo al rechazo o buscar información y resolver dudas. Sin embargo, muchas decidimos mantener nuestra participación en un grupo aún cuando hemos conseguido satisfacer las inquietudes que nos habían movido hasta ahí. ¿Por qué bastantes de nosotras continuamos participando de un GAM después de tanto tiempo?
Participar y contribuir en el sostén de la vida de un GAM a largo plazo hace que otorguemos un sentido positivo a nuestra experiencia, nos valoremos a nosotras mismas cuando somos un apoyo para otras personas, y sintamos que sumamos a un cambio colectivo que trasciende a nosotras mismas.
¿Pero cómo hacemos para garantizar que el GAM sea un espacio autogestionado y seguro que garantice sus objetivos? De la misma manera que las feministas y el colectivo LGBTI, el colectivo loco y el movimiento social y asociativo de salud mental en primera persona también ha generado conocimiento situado, basado en la sistematización de la experiencia colectiva. Las conclusiones de estos procesos de investigación acción participativa en nuestro contexto nos han ayudado a hablar de principios y normas básicos en el GAM.
Un GAM debe caracterizarse por la horizontalidad, la voluntariedad y el respeto. La horizontalidad implica que los participantes deben tener una experiencia común y compartida, que las relaciones deben estar libres de jerarquías y basarse en la igualdad de autoridad y reconocimiento, y que se habla en primera persona y no hay lugar para el rol profesional. La voluntariedad requiere de decisiones libres y comprometidas para estar presentes en el espacio, o para hablar, cada uno debe encontrar su ritmo. Y el respeto pasa necesariamente por el reconocimiento del valor de la diversidad de voces, y del enriquecimiento que conlleva al grupo, así como de concebir la escucha como el principal canal de reconocimiento del otro, de su subjetividad y de su dolor. El funcionamiento de un GAM requiere que todas las que formamos parte aprendamos a identificar y validar las necesidades de las compañeras.
Sin duda para garantizar estos principios deben darse condiciones de prácticas relacionales basadas en la igualdad, la reciprocidad, la corresponsabilidad y la autogestión. Y todas las personas deben cumplir las normas relacionales básicas que constituyen líneas rojas de acuerdo con criterios éticos y funcionales como el respeto, la confidencialidad, la inclusión y el compromiso. Estas normas, así como los motivos de su importancia, están explicadas en profundidad en la Guía para Grupos de Apoyo Mutuo de Salud Mental en primera persona (Sampietro y Sicilia, 2017), desarrollada por el equipo de ActivaMent Catalunya Associació en el marco del proyecto Activa’t per la salut mental.
Garantizar el funcionamiento a largo plazo de un GAM es garantizar la práctica del apoyo mutuo más allá del propio grupo, es promover la creación de redes de apoyo en el día a día y de acompañamiento en las crisis, es generar cuidados y hacernos saber entre nosotras que no estamos solas tanto para lo malo como para lo bueno, es construir lugares de resistencia a la opresión y es, en definitiva, conquistar un espacio de agencia personal, social y político.
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