Desarrollaste el método Clown Esencial, ¿Por qué se describe como terapéutico?
«Con el método del Clown Esencial queremos que el público mire a su niño o niña interior de una forma profunda, queremos conectar con la inocencia que pertenece al mundo de la infancia. Es un espacio sin juicio, de mucha libertad. La nariz de clown es una máscara que permite estar en escena de una forma protegida, como detrás de un escudo, pero sin comicidad, más bien con ingenuidad. Este espacio de inocencia infantil es previo a la neurosis. Pero también legitimamos la neurosis, nuestras sombras tienen su espacio.
En Clown Esencial yo le doy la bienvenida a la vergüenza, al cansancio, a la rabia, a la confusión, al orgullo, al miedo, a la paranoia.
Se trata de una conquista al derecho a sentir lo que sentimos. A través de las improvisaciones, convierto este derecho en un hecho escénico y así tiendo ese puente a través del cual puedo encontrarme con el mundo.
Yo siempre defino Clown Esencial como el dulce descanso de pertenecer al mundo sin tener que mentirle. Es decir, poder decirle al mundo “estoy aquí, eso es lo que soy, y aun así tengo derecho a una buena vida”. Y ahí uno recupera una pertenencia muy amorosa, porque a los clowns se les quiere. El público ama a estos personajes porque se les ve torpes, patéticos, inútiles. Pero lo que se combina aquí es esta torpeza y el entusiasmo por vivir, porque los clowns no abandonan nunca. No sabrán abrir una puerta, pero no desisten en intentarlo. Y ahí está la belleza del clown, que conecta rápidamente con nuestra humanidad, con los seres humanos. Porque los seres humanos tampoco desistimos nunca de vivir.
Como clown, este mapa que trazamos hacia la ingenuidad y lograr esta identificación resulta terapéutico para las personas, es un acompañamiento».