En el marco del proyecto que dirige Niños, jóvenes y comunidades resilientes: identificación y análisis de prácticas sociales y educativas desde una perspectiva multidimensional e interseccional para hacer frente a la pandemia han elaborado una guía donde proponen a los diferentes agentes socioeducativos de la comunidad medidas de evaluación y promoción de procesos de resiliencia comunitaria en situaciones de adversidad. ¿En qué consiste esta guía? ¿Qué medidas destacan?
«Esta guía es el producto final del proceso de investigación de proyectos y prácticas que durante la pandemia podíamos caracterizar como prácticas resilientes desde la perspectiva de la resiliencia comunitaria. Se recogieron datos cuantitativos y cualitativos de niños y niñas, jóvenes, profesionales, entidades y administraciones que durante el covid habían llevado a cabo estos proyectos o prácticas. Con todo esto se elaboró un modelo de análisis de prácticas resilientes con el objetivo de ayudar a fomentar la creación de proyectos, prácticas o programas de promoción de la resiliencia comunitaria o de análisis de programas existentes para ver si se está promoviendo esta resiliencia. Este modelo es una guía práctica en formato lista de verificación que tiene 20 indicadores englobados en tres grandes dimensiones: el acompañamiento y la personalización, la dimensión de la acción colectiva – capital social y la dimensión de comunicación.
Qué es la resiliencia y por qué es importante en la adolescencia
En la dimensión de acompañamiento y personalización existen 9 indicadores que tienen que ver con: si el programa contempla el apoyo emocional desde la familia o las amistades– durante la pandemia los niños y niñas sobre todo valoraron haber recibido apoyo emocional y los que no lo recibieron les hubiera gustado recibir este apoyo emocional—; si el programa tiene espacios de apoyo, orientación y guía para que se fomenten distintos de apoyo, a parte del emocional, el social o el instrumental; si el programa está en favor de fomentar la equidad; si contempla espacios para la interacción social –muy enfatizados también durante la pandemia —; si existen acciones para fomentar itinerarios personales que tengan que ver con el aprendizaje pero que sean flexibles y que estén conectados con el contexto; favorece y reconoce la diversidad; favorece la reflexión sobre el propio aprendizaje; identifica cuáles son los intereses y las necesitades de las personas que van a formar parte de este programa y, finalmente, si se fomenta la participación activa.
En la dimensión de acción colectiva y capital social hablamos de la existencia de alianzas, trabajo en red, coordinación de servicios, proyectos colectivos, redes de apoyo y de ayuda mutua, cultura participativa, el acceso y uso a recursos, equipamientos y servicios, cómo se activa la red asociativa o cuáles son los roles facilitadores de liderazgos.
En la dimensión de acciones de comunicación hablamos sobre si la comunicación llega a todos y con diversidad de vías de comunicación – durante el covid había canales de información online pero cómo llegaba a personas sin acceso a internet—; cómo de adaptables y accesibles son estos apoyos comunicativos; si la comunicación contribuye a generar colaboración y, finalmente, la agilidad, la fluidez y el feedback de esta información».