Como adultos, si nos paramos a pensar en lo que consideramos qué es una buena conversación, podríamos coincidir en que es aquella en la que uno siente que, cuando termina, sale de ella un poco «cambiado», ha habido algún click especial, transformador en alguna medida, por una conexión emocional, un punto de vista interesante, diferente y que nos ha aportado…en definitiva, podríamos decir o englobar todo esto en que se ha dado de algún modo, una experiencia de aprendizaje.
Conversar con nuestro hijo adolescente es una gran oportunidad de aprendizaje y conocimiento mutuo.
Siempre hay que tener en consideración que estamos ante un adulto en construcción, un adolescente, con sus retos evolutivos de construcción de su propia identidad, criterio y margen de decisión con satisfacciones, pero también frustraciones y malestares. Y, como padres, nos tenemos que situar en este rol de guía y acompañamiento en este desarrollo de habilidades desde una actitud de empatía, con voluntad real de conectar con las emociones que pueda expresar, tratando de entender y comprender sus puntos de vista, los criterios en los que basa sus opiniones o comportamientos, en un marco de respeto en el que pueda haber discrepancias o diferencias de opiniones sin querer imponer, juzgar o menospreciarlos.
Características de la comunicación familiar en la adolescencia
Creo que todos estos elementos se pueden resumir en un ingrediente básico: la curiosidad (genuina), mostrando interés real por lo que nos explican con una intención de ponerse en su lugar y poder entender sus emociones, pensamientos, decisiones o reacciones, sin juzgar o dar opiniones o soluciones de entrada.
¡Pero, muchas veces, el poder mantener ciertas conversaciones con nuestros hijos, puede ser un gran reto para los padres! Cuando en la conversación los hijos expresan ciertas opiniones o explican conductas o decisiones que consideran inadecuadas, equivocadas o que implican riesgos es cuando los padres corren el riesgo de perder esta actitud de curiosidad. Desde la mirada de personas adultas o padres que tenemos que proteger a nuestros hijos, nos invade el miedo, la necesidad de evitarles frustraciones y riesgos. ¡Es una reacción totalmente normal!
Esta reacción nos puede llevar a mostrarnos críticos, menos empáticos, empezar a dar soluciones, o sermones y presionar para corregirlos. Entramos en modo alerta y reaccionamos desde este miedo, y es cuando interrumpimos o hacemos comentarios tipo: «Pero, ¿Qué dices?», «lo que te pasa es que no sabes que…» o «si vas haciendo esto vas acabar…». Insisto: ¡siempre desde la intención de protección!
En este punto es donde corremos el riesgo de que se nos pase la oportunidad de aprendizaje.
La necesidad del adolescente es de aprender y, para ello, necesitan:
- Sentirse escuchados, con empatía, y dando importancia a su forma de pensar (¡aunque esté equivocada!)
- Preservando la conexión, se puede establecer una conversación en la que se compartan puntos de vista y se abra la oportunidad a poder aportar, como padres, otras visiones, puntos de vista, comportamientos alternativos, sugerencias de otras maneras de actuar para futuras situaciones
- Estimulando el pensamiento crítico desde la aceptación y tolerancia y no desde la crítica y cuestionamiento a un cerebro que necesita de calma emocional para poder estimular su capacidad de reflexión y así de aprendizaje.
En definitiva, una buena conversación con nuestro hijo o hija adolescente sería aquella en la que puede darse una diferencia de opiniones, en las que se da cabida a compartir ideas distintas, respetar criterios y poder plantear diferencias, sugerir otras maneras o puntos de vista, motivando a que las puedan también probar, ensayar y valorar por sí mismos como funcionan.