Juventud y trabajo: afrontar el sentimiento de incertidumbre
La primera etapa de la vida adulta es un periodo lleno de energía, confianza y optimismo, pero a veces también de desencanto si los deseos y las expectativas se ven truncados por la vida real. Es una fase de transición llena de oportunidades y posibilidades, pero también de responsabilidades y retos emergentes. Para los que cursan estudios universitarios, hasta la graduación, la carrera está definida y el camino está claramente marcado. Tras la graduación, las personas jóvenes adultas se enfrentan a una condición completamente nueva que requiere una serie de decisiones relativas al trabajo, la carrera, el hogar y las relaciones sociales.
Este periodo suele denominarse la «crisis del cuarto de vida», que es un término popular para indicar los retos del desarrollo y los episodios críticos de la edad adulta emergente (18-30 años), que se producen cuando las personas jóvenes adultas entran en el «mundo real» tras la graduación, por ejemplo, cuando abandonan definitivamente el hogar familiar y entran en el mercado laboral.
Puede definirse como un periodo de inseguridad y duda relacionado con las principales áreas de la vida: carrera profesional, familia, relaciones amorosas y sociales, vivienda y situación económica. Suele caracterizarse por la sensación de sentirse perdido, asustado, solo o confuso, y suele ir acompañado de ansiedad y preocupación por el rumbo y la calidad de la propia vida.
En lo que respecta al ámbito laboral, la búsqueda de empleo y la elección de una carrera, las personas jóvenes adultas están expuestas a la presión y la incertidumbre sobre su situación y su futuro: se encuentran con la necesidad de alcanzar altos niveles de formación profesional y tener un alto rendimiento en el trabajo. Al mismo tiempo, sin embargo, pueden verse enfrentadas a la inseguridad económica y a la inestabilidad contractual, en el período en el que los ámbitos de la vida personal requieren algún tipo de estabilidad necesaria para tener un lugar donde vivir y comprometerse en un proyecto de vida en el que se incluya una pareja y, eventualmente, una familia.
De hecho, en las actividades del mercado laboral, este colectivo se encuentra en una etapa caracterizada por constantes transiciones, en la que los períodos de trabajo de corta duración, así como los cambios de empleo y de empresa, parecen ser la regla y no la excepción. Además, aunque las sociedades modernas ofrecen oportunidades educativas cada vez más numerosas y justas, la falta de experiencia laboral y de oportunidades de empleo adecuadas hacen que los y las jóvenes sean especialmente vulnerables en el sector laboral.
Debido a unas condiciones laborales inseguras y con carencias, la juventud tiene menos probabilidades de participar en el mercado laboral, y el desempleo se está convirtiendo en un grave problema. De hecho, en las últimas tres décadas los adultos jóvenes han estado expuestos a empleos precarios y temporales, y el desempleo juvenil ha sido superior a las tasas generales de desempleo en casi todos los países europeos.
Esta inestabilidad laboral también se refleja en el porcentaje de desempleados de entre 15 y 29 años, que en 2016 rondaba el 15% en la Unión Europea. El desempleo entre las personas jóvenes tiene importantes consecuencias tanto para la sociedad como para la persona.
A nivel social, las prestaciones por desempleo, la infrautilización del potencial productivo y el impago de impuestos conllevan un aumento de los costes financieros.
A nivel individual, hay muchas muestras de la relación entre el desempleo juvenil y una mala salud física y mental.
Las personas jóvenes desempleadas son más propensas a adoptar estilos de vida poco saludables, como el tabaquismo, el exceso de alcohol y el consumo de sustancias, y corren un mayor riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares.
Además, el desempleo en este grupo de edad se ha asociado a problemas comunes de salud mental, como el estrés y los síntomas psicosomáticos, la depresión, la ansiedad y otros trastornos psiquiátricos. El desempleo y la elección de su trayectoria profesional son una de las principales razones por las que los adultos jóvenes sufren estrés o ansiedad. Además, la inseguridad laboral y la escasa protección del empleo también influyen en el bienestar mental, la calidad de vida y la insatisfacción vital.
El desempleo a una edad temprana también puede tener consecuencias a largo plazo. Desde el punto de vista del mercado laboral, se asocia a un mayor riesgo de experimentar desempleo en el futuro y a unos ingresos y una calidad del empleo inferiores. Desde el punto de vista de la salud, se asocia a una disminución de la salud mental y a bajas por enfermedad en etapas posteriores de la vida.
En este escenario, los jóvenes desempleados o que trabajan en condiciones precarias parecen ser especialmente vulnerables a los problemas de salud.
La angustia experimentada por los jóvenes trabajadores que viven en esta condición de incertidumbre, y en particular las implicaciones sobre la salud mental que pueden derivarse de ella, deben ser cuidadosamente consideradas y abordadas activamente con acciones específicas a nivel laboral y de salud pública, mejorando las condiciones de trabajo y desarrollando programas de salud específicos.
Artículo cedido por Empower. Autoría: Claudia Toppo, Martina Cacciatore, Alberto Raggi y Matilde Leonardi.
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