Las mujeres con trastorno mental severo tienen peor salud física
En las últimas décadas ha habido un creciente interés en el estudio de los problemas de salud física en mujeres con trastorno mental severo (Seeman, 2018). Es bien sabido que las mujeres con esquizofrenia sufren problemas ginecológicos con más frecuencia que las mujeres que no padecen este trastorno mental, pero existen pocas investigaciones centradas en este ámbito (Magnus et al., 2021). En el presente artículo intentaremos dilucidar si las mujeres con trastorno mental severo, en comparación con las mujeres que no lo padecen, tienen un mayor riesgo de sufrir problemas físicos de salud. También veremos qué factores pueden teóricamente incrementar el riesgo de presentar problemas de salud general y si es posible o no intervenir para reducirlos. Asimismo, hablaremos sobre qué programas específicos se pueden diseñar para proporcionar una atención diferencial según el género y sobre cuál es el papel de los programas de hospitalización parcial en el tratamiento y seguimiento de estas mujeres.
Lo que se sabe hasta ahora es que las mujeres que sufren un trastorno mental tienen que seguir ejerciendo, en muchas ocasiones, el rol de cuidadoras de sus familiares y, a menudo, se ven obligadas a reducir su jornada laboral para atender a sus hijos, padres u otros parientes (Ennis et al., 2013). Este rol intensivo como cuidadoras tiene importantes consecuencias socioeconómicas. La reducción de la jornada laboral lleva aparejada una disminución de los ingresos económicos que, a su vez, provoca un incremento en los niveles de estrés que deben soportar estas mujeres. Los niveles de estrés a los que nos referimos se suman al estrés propio de la enfermedad y a la vulnerabilidad y la angustia que sufren por el hecho de presentar un trastorno mental severo.
Esa bajada en los ingresos no solo afecta a su nivel socioeconómico y a su capacidad para cuidar de su propia salud mental, sino que también puede influir en su salud general, incluida la ginecológica.
Si bien algunos estudios muestran que las mujeres buscan ayuda y solicitan seguimiento y tratamiento con más frecuencia que los hombres, hay muchas barreras que dificultan un seguimiento regular, frecuente y, sobre todo, óptimo (Ochoa et al., 2012).
Las barreras sociales y económicas, unidas al estigma, hacen difícil modificar los factores de riesgo de enfermedades como el cáncer.
Por ejemplo, los usuarios que padecen una esquizofrenia presentan un riesgo significativamente más elevado de mortalidad por cáncer de mama, pulmón y colon en comparación con la población general (González-Rodríguez et al., 2020).
Desde hace años, estas diferencias en la mortalidad por cáncer se han atribuido a factores de riesgo potencialmente modificables, como son los estilos de vida y las conductas que afectan a la salud: el tabaco, una dieta rica en grasas y la falta de actividad física. Sin embargo, cuando nos centramos en la esquizofrenia u otros trastornos mentales severos, hay otras barreras que dificultan el cambio o la reducción de los factores de riesgo, entre ellas la pobreza, la falta de recursos económicos, los síntomas cognitivos (problemas de memoria, atención, planificación, etc.), el estrés y el estigma de las enfermedades mentales.
En cuanto al riesgo de cáncer y la mortalidad por cáncer, hay estrategias bien conocidas para la detección precoz y la prevención primaria en usuarios con esquizofrenia u otros trastornos mentales severos (González-Rodríguez et al., 2020). Cuando hablamos de estrategias, nos referimos a intervenciones específicas que se pueden llevar a cabo para modificar ciertos estilos de vida y reducir así el riesgo de cáncer. Las intervenciones sobre las conductas de salud, por ejemplo, pueden centrarse en el cese del consumo de tabaco, que está directamente asociado con el riesgo de padecer cáncer de pulmón, entre otros. Persistir y hacer un seguimiento de los cribados de cánceres ginecológicos (como las mamografías) en mujeres con trastorno mental severo también puede mejorar la detección precoz del cáncer en estas mujeres.
En concreto, estudios previos apuntan a que las mujeres con trastornos mentales severos acuden con menor frecuencia a los programas de cribado del cáncer y a las consultas ginecológicas, (Lindamer et al., 2003) hecho que incrementa el riesgo de diagnóstico tardío y, por tanto, el de mortalidad debido a la enfermedad.
Además, en referencia al estigma mencionado anteriormente, algunos ensayos clínicos en oncología médica excluyen a personas con trastorno mental severo, que son precisamente los que presentan un incremento en las tasas de mortalidad. Tanto es así que, además, los fármacos que se utilizan para tratar algunos cánceres no son testados específicamente en poblaciones con esquizofrenia u otros trastornos mentales severos, lo que hace imposible saber si estos usuarios presentan especificidades o diferencias en la respuesta a los medicamentos en comparación con el resto de la población. Algunos autores han llamado la atención sobre este hecho, por lo que se espera que haya cambios en ese sentido (González-Rodríguez et al., 2020).
Pero el impacto que tiene el estigma sobre la salud física o sobre el riesgo de cáncer o su mortalidad va mucho más allá. Es bien sabido que la esquizofrenia y otros trastornos mentales severos son enfermedades estigmatizadas. Lo son, en parte, porque algunos profesionales de la salud no prestan atención suficiente a algunas afecciones físicas o no ofrecen servicios específicos por falta de conocimientos (González-Rodríguez et al., 2021a).
Los usuarios con esquizofrenia a menudo presentan problemas de comunicación en la expresión del dolor o de algunos síntomas. Es más, se ha llegado a afirmar que algunas personas afectadas por este trastorno presentan una menor sensibilidad al dolor y, por tanto, lo toleran mejor, lo que podría retrasar los diagnósticos médicos en algunos casos (González-Rodríguez et al., 2021a).
Conocer la diferente expresión de los síntomas en usuarios con esquizofrenia puede ayudar a mejorar la detección precoz de algunas enfermedades médicas en estas personas, incluidas las oncológicas. Ello requiere una formación específica de los profesionales de la salud.
Por otra parte, es importante tener en cuenta que la salud general de hombres y mujeres (no solo la oncológica) está influenciada por factores biológicos y hormonales, así como por los roles vitales que asumimos las personas, nuestro estilo de vida y las condiciones ambientales y trabajo. A su vez, todos estos factores están influenciados por el género (Castañeda, 2007).
Por ejemplo, la enfermedad cardíaca es más frecuente en los hombres que en las mujeres, al igual que el Parkinson (1,5 veces más frecuente) y las enfermedades renales y hepáticas. Por su parte, las mujeres presentan un mayor riesgo de sufrir infartos cerebrales y osteoporosis en comparación con los hombres. Asimismo, las mujeres que sufren un trastorno mental suelen presentar en su mayoría un mayor riesgo de padecer ciertos trastornos físicos como acné, ciclos menstruales irregulares y disminución de la densidad ósea (González-Rodríguez et al., 2021b), así como colesterol alto y diabetes mellitus.
Las complicaciones médicas y el riesgo de diagnóstico tardío se incrementan en la posmenopausia
Como ya hemos dicho, las mujeres con trastorno mental severo presentan de por sí más complicaciones médicas y un mayor riesgo de diagnóstico tardío, y cuando llegan a la fase posmenopáusica, todo ello se intensifica aún más. La menopausia es un proceso universal por el que pasan todas las mujeres y que se caracteriza por una disminución progresiva de los niveles de hormonas sexuales femeninas, lo que se traduce en una pérdida de la protección de que se goza frente a ciertas enfermedades durante la edad reproductiva (Brzezinski-Sinai y Brzezinski, 2020).
Aunque el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares aumenta con la edad y en ambos sexos, es tras la menopausia cuando hay un incremento en la aparición de estos trastornos en la mujer. En mujeres que sufren un trastorno mental severo sucede algo parecido en lo que respecta a las afecciones cerebrales o neurológicas. Durante la menopausia, la aparición de trastornos cognitivos y enfermedades del movimiento como el Parkinson es más frecuente en mujeres que en hombres, al contrario que en otras etapas de la vida de la mujer. Así pues, podemos deducir que las mujeres que sufren un trastorno mental son, durante la menopausia, más vulnerables frente a ciertos trastornos médicos de los que estaban protegidas durante su etapa reproductiva (González-Rodríguez et al., 2021b).
Asimismo, las mujeres en general tienen mayor propensión que los hombres a desarrollar enfermedades autoinmunes. Además, algunas enfermedades autoinmunes son más frecuentes en usuarios con esquizofrenia u otros trastornos relacionados (Ngo et al., 2014). Por ello, parece razonable pensar que las personas con esquizofrenia (y más aún las mujeres) merecen una atención más especializada y precisa de su salud general en nuestros dispositivos, más allá de su salud mental.
Ofrecer una propuesta de atención diferencial a las mujeres con trastorno mental severo
Con el fin de mejorar la salud física de las mujeres con trastorno mental severo, se presentan varias propuestas de intervención. La creación de equipos especializados, formados por profesionales de la medicina, enfermería, psicología y trabajo social, y coordinados con la atención primaria de salud, puede contribuir a mejorar la coordinación entre ambos niveles. Hay que reforzar la cooperación entre la atención comunitaria de salud y la atención especializada en salud mental. Por ejemplo, volviendo al tema del cribado de algunos cánceres, es importante ofrecer soporte y acompañamiento a las mujeres para que se hagan las pruebas necesarias para una detección precoz.
Es necesario asegurarse de que las usuarias acudan a las consultas de atención primaria y de que cumplan con los programas de detección del cáncer de mama, entre otros. Las enfermeras pueden ser agentes activas del cambio en este ámbito (González-Rodríguez et al., 2021), desde los dispositivos ambulatorios o desde los programas de hospitalización parcial como los del Hospital de Día. Dichos dispositivos, formados por psiquiatras, enfermeras, psicólogos y otros profesionales de la salud, pueden mejorar la relación entre dos equipos que tienen necesariamente que estar coordinados y colaborar el uno con el otro. Para ello se requiere tiempo y formación, así como un esfuerzo por nuestra parte para ganarnos la confianza de los usuarios.
El cambio es posible y necesario: hay que mejorar la atención a las usuarias con trastorno mental. Los programas de hospitalización parcial pueden centrar la coordinación de la atención en salud mental y física en aquellos casos en que sea necesario una intervención intensiva sobre nuestras usuarias en salud mental (Brown et al., 2015).
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